Producto del I Concurso de cuentos de terror, publicamos este libro, el número 50 de la editorial, con los textos ganadores y finalistas, ilustrado por Raúl Ostos. Recibimos más de 150 textos de diversos países y de estos fueron seleccionados el 1°, 2° y 3° puesto, así como 7 finalistas. Compartimos el texto de Justo Serrano Rodríguez, «La entidad 437» sobre un abogado que debe desalojar a los inquilinos de un antiguo edificio.

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La entidad 437

Justo Serrano Rodríguez

     Le fue un poco difícil ubicar la dirección del antiguo y alejado edificio, el cual se erigía solitario en una zona de pocas casas y todas muy antiguas. Marcos, llevaba las manos llenas de papeles con órdenes de desalojo y antiguas hipotecas que jamás fueron pagadas. El edificio 437 lucía bastante bien, considerando sus tantas décadas de existencia.

     El joven abogado se apresuró a entrar por la puerta principal de vidrio ahumado y fue directo hasta la recepción para ser atendido, pero la soledad habitaba el amplio salón, que era iluminado con una lámpara que pendía del techo. Luego de esperar un par de minutos o más, empezaba a desesperarse y ofuscarse, además de aquella sensación que sentía en su piel estando dentro de ese sitio, era como si lo miraran desde todas partes o ninguna, era como si alguien o algo lo mirara desde algún rincón. Terminó de leer la corta lista de personas que visitaría en el inmueble, para relajarse, y luego de mirar alrededor se dirigió hasta el citofono al otro lado del salón, debajo del aparato, que lucía viejo y en desuso, había una larga lista pegada y desgastada en la pared de ladrillos. Ubicó rápidamente a la señora Ramírez, quien encabezaba su lista. Decidió subir hasta el piso de la señora, luego de intentar llamar al apartamento 801 donde nadie respondió.

     Las puertas del ascensor se abrieron al instante de pulsar el botón del piso 8. Marcos entró en aquella caja de metal con luces que parpadeaban cada cierto tiempo, el inquietante silencio y soledad del sitio angustiaban en mayor medida al abogado, quien luego de abandonar el ascensor se acercó a la puerta 801 y dio tres suaves golpes, que luego fueron más fuertes. Un par de intentos más, y solo el eco de sus golpes obtuvo como respuesta.

     —Aquí no hay nadie… —dijo una voz suave detrás del abogado.

     El tipo giró rápidamente y se topó con la imagen de un tipo un poco anciano. Traía un traje sucio y un par de escobas en las manos.

     —¿A que se refiere? ¿Usted vive aquí?

    —No. Solo soy el nuevo conserje. ¿Que no sabe que aquí no vive nadie? —respondió el tipo.

     —Ni idea… Pensé que…

     —Hace un par de años que no hay nadie…. Desde que se suicido ese hombre…

     —Vaya, no sabía nada de eso. Qué horrible… ¿Un inquilino?

     —No. Verá, la gente de este edificio era pura gente de mierda, locos y amargados con la vida. John, el antiguo conserje, tenia que aguantarlo todo, y al final terminó enloqueciendo cuando murió su hija. La pequeña no recibió su medicina, por la falta de pagos. Qué gente de mierda, ¿no? El tipo… bueno, se lanzó a los rieles del ascensor. Luego de eso, todos se fueron.

     —Qué horrible… supongo que tendré que actualizar mis listas de cobranza. Muchas gracias, hombre —dijo Marcos dando un par de pasos hacia el ascensor.

     —Bien. Yo debo seguir, debo arreglar… —concluyó el anciano que se quedó trapeando.

     El ascensor se abrió nuevamente al instante, el tipo entró y mientras mantenía la mirada fija hacia el frente notó que el anciano ya no estaba. El abogado sintió como era invadido por una sensación de inquietud que recorrió su espalda. Un segundo después miró a su derecha y buscó el botón que indicaba el piso 1 para largarse del solitario sitio, pero se dio cuenta de que aquella secuencia de botones solo llegaba hasta el 2, y justo debajo había un botón, que decía ABAJO, por lo que, lo pulsó asumiendo que lo llevaría hasta el lobby.

     El ascensor inició su lento descenso, y las luces de este empezaron a parpadear a un rápido ritmo; intercalando la penumbra en qué quedada, cuando solo era iluminado por las luces de los botones, y la claridad de la luz central enceguecedora. El hombre sujetó bien los papeles que llevaba en la mano, mientras los números iban iluminándose en orden descendente. Esperaba, golpeando su índice repetidamente contra el cuero de su maletín, que la puerta se abriera al llegar al supuesto piso final; al piso de ABAJO. Pero la puerta no abría. El tipo estaba tenso por el miedo de quedar atrapado allí, en medio de aquella soledad, así que recostó su espalda a la lata fría y lisa del ascensor, mientras miraba el indicador acercándose al número 1. Un minuto después, la cabina llegó al destino de Marcos, pero la puerta aun no se abría; lo que hizo tensionar aun mas al tipo.

     Las visceras del abogado se movieron, y su espalda pareció humedecérsele cuando el elevador retomó su movimiento en descenso. El indicador de forma ilógica e incomprensible mostro un 0, y después un -1. Aquello le pareció una mala broma, o una avería grave en el elevador, al hombre, que pulsó el botón de emergencias sin éxito alguno. La situación se hacía más escabrosa, y extraña a medida que la cifra decrecía. El -7 se iluminó en el indicador y las luces parpadearon con violencia, justo cuando algo desde afuera golpeó la puerta del ascensor, golpeaba como pidiendo entrar, mientras el elevador seguía en descenso. Cada golpe hacía que el abogado se pegara aun mas al fondo de la lata, con el rostro tenso, y los ojos casi desorbitados. 

     Los golpes aumentaron su intensidad hasta convertirse en aruños y patadas, seguidos por voces lejanas que murmuraban ahí afuera. Marcos se aferró al sujetador del elevador, después de soltar todo lo que llevaba en sus manos, su corazón parecía palpitarle en la boca. Varios pisos más abajo, exactamente en el piso -13, el ascensor se detuvo con brusquedad y los golpes y murmullos cesaron, justo antes que se abrieran sus puertas. Al frente apreció un largo pasillo. Dentro de la cabina, la luz terminó por apagarse de un instante a otro, dejando todo en una obscuridad que sólo era quebrada por un suave resplandor rojo, que emanaba de una puerta al final del obscuro pasillo, afuera de las puertas del elevador.  

     Marcos se aferraba con fuerza a la pared, estaba petrificado, el terror se había apoderado de sus piernas, que temblaban con violencia. Inusitadamente algo tocó su tobillo, y el joven se movió con violencia intentando ver qué era, pero la obscuridad era impenetrable y densa, luego algo más sujetó su camisa y jalo de ella por un costado. De la nada podía sentir algo pegajoso, que rozaba su cuerpo desde todos los ángulos, queriendo atraparlo con un fin desconocido.

     El tipo salió disparado hacia el pasillo, respirando agitado y sudando en exceso. ¡Malditasea!, ¿dónde estoy? Decía el tipo, mientras daba un par de pasos. Una extraña sustancia viscosa y palpitante se extendía por las paredes del largo corredor, desprendiendo un aroma recalcitrante, que hizo se tapara la nariz. Aquello parecía carne humana, aún viva y sangrante; entrelazada con el cableado eléctrico y las tuberías del edificio. La escena estremeció a Marcos, quien temblaba y se encogía en medio del tapizado de carne. Sin más opción, se decidió a caminar hacia la misteriosa puerta al final del pasillo, buscando una salida.

     Al pasar la primera puerta del pasillo algo gritó, punzante, detrás de aquella puerta marrón, algo que parecía sollozar por un dolor intenso. Las puertas siguientes no fueron diferentes. Al final de aquel escabroso trayecto el tipo estaba justo al frente de la puerta, de la cual salía un resplandor rojo, neblinoso, intenso y brillante. La puerta se abrió por sí sola. Una horrida figura incrustada entre los ladrillos de una pared, le pidió que entrara entre murmullos y un pestilente aliento. Marcos se negó con la cabeza y dio la vuelta para regresar, pero sólo encontró un sólido muro tras de sí. Se hallaba encerrado con aquella espantosa entidad que parecía estar formada por partes humanas, cables y tubos oxidados. La criatura salió de su sitio en la pared, y le dijo al tipo que pasara, pues ya no había escapatoria. Marcos sollozó mientras se derrumbaba en el suelo, y entre mocos y lágrimas, preguntaba; “¿Qué quieres de mí?”. “¿Qué cosa eres?”.

     Una gotera de algo que parecía sangre caía exactamente sobre el hombro del abogado. Al mirar hacia arriba vio el cuerpo de una joven amarrada al techo, con alambres retorcidos que parecían confundirse con su piel. Marcos creyó verla parpadear. Al mirar un poco más allá, vio una decena de personas más, cortadas y colgando del techo de igual forma, algunas incluso, aun se movían levemente entre la maraña de alambres retorcidos que los sujetaban. La razón dejaba lentamente su cabeza, que gritaba y golpeaba el muro a sus espaldas, tirado en el suelo, sobre un charco de algún tipo de fluido, en el que se reflejaba la atmosfera rojiza del lugar. La macabra voz de la entidad interrumpió su horrorizado jadeo.

     —Usaré tu carne para arreglar la pintura del tercer piso…

     Marcos se retorció ante las palabras que escupió la cosa.

     —¿Qué… qué cosa eres?, ¡DÉJAME IR! ¡Déjame! —gritó— ¡no quiero morir!, por favor —suplicaba el joven, mientras la entidad sólo lo miraba de forma fija y con un par de ojos desorbitados.

     —Ya no hay nadie aquí… Yo estoy a cargo y debo arreglar. ¡Debo arreglar! ¡Debo arreglar! —decía con voz jadeante aquello, mientras se acercaba a Marcos, balanceándose en los cables que lo sujetaban al techo, manteniéndolo suspendido en el aire. Aquello tenía una silueta humana, con brazos que colgaban de su torso sujetados por cables, y piernas retorcidas con tubos que lo atravesaban. La mirada de Marcos se congeló, cuando vio su rostro; la cara del anciano, que otrora le había contado de la historia de John. Pero ahora tenía los ojos cristalizados y la comisura de su boca se extendía hasta sus orejas, que parecían estar cosidas a su cabeza. El remendado ser se acercaba.

     —¡Debo arreglar! —continuaba diciendo aquello entre lo que parecía quejidos.

     —¡Aléjate! ¡ALÉJATE! —gritaba el miserable abogado, ante el avance lento de la entidad.

     La cosa se detuvo en breve, y la mortecina luz roja resaltaba los macabros rasgos en su rostro. Un manojo de cables se extendió desde atrás del mórbido ser, sujetando a Marcos por ambas piernas y arrastrándolo hasta una densa obscuridad en el rincón más lejano de la habitación; humedecida por los fluidos que brotaban de los cuerpos en el techo.

     Los gritos desesperados del tipo se alejaban dentro de aquel rincón obscuro. La entidad regresó lentamente a su cóncavo asiento incrustado en la pared, y la luz rojiza se extinguió lentamente, hasta quedar todo sumergido en una obscuridad absoluta.

     —Estos huesos servirán para hacer los arreglos del sexto piso también —dijo la voz de aquello en la obscuridad, entre los ya ahogados gritos de Marcos—. ¡Debo arreglar…!

*

Justo Serrano Rodríguez (Cartagena, Colombia): joven escritor y estudiante de Psicología. Amante a tiempo completo de la literatura, la fotografía y las ciencias. Finalista de nuestro I Concurso de cuentos de terror (2018, Colección Lo imposible).