En 2015 publicamos la novela El Enemigo de Franco Salcedo. En 2020 celebrando el quinto aniversario, lanzamos su 2da edición, corregida, rediagramada, con papel avena, solapas y con ilustraciones de Raúl Ostos. En este libro, con tintes filosóficos, el autor se basa en hechos personales e históricos como el terremoto en Chincha de 2007, el misterio de un asesinato y la sombra de la corrupción que envuelve la ciudad y el país. Compartimos un fragmento, con el inicio de la historia.

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El Enemigo
(fragmento)

FRANCO SALCEDO

Advertencia del autor

     Esta novela está basada en hechos reales,
sin embargo su desarrollo pertenece
al universo de la ficción.

I.

Antecedentes

LIMA

     Las nubes cubren el cielo, como una premonición otro sueño se asoma en el sueño y me despierta. En la ventana las cortinas revolotean dejando el rastro de una luz que flota hacia la vigilia —una existencia diferente se despide dejándome una extraña desazón.

     El invierno empezó hace poco. He vuelto a tomar café con clonazepam después del ritual del baño. Sólo puedo trabajar por las noches y por eso es raro que esté despierto antes del mediodía; pero hoy va a venir Marie por lo de mi cumpleaños y debo dejar este lugar presentable, limpiar aquí y allá, botar las cosas que hay bajo la cama, esconder la ropa sucia, poner sábanas limpias.

     Desde hace días estaba esperando una respuesta de Andrea, le había enviado un archivo con anotaciones precisas para que lo revisara, incluso telefoneé para preguntarle si podía resolver ciertos algoritmos matemáticos. Me dijo que sí, que me respondería en un par de días; pero nunca respondió. Entonces volví a llamar y le dije que me avisara cuando los tuviera listos, por favor. “Claro, te lo envío en un par de días” —pero nunca escribió de vuelta—. Seguí esperando; Andrea no conocía mi casa, no me había visitado nunca y era siempre yo quien la había buscado. Cómo era posible esta asimetría, ¿acaso no éramos amigos?, ¿lo habíamos sido alguna vez?, ¿hace cuánto tiempo? Después de sacar la basura, abrí las ventanas para que entre aire húmedo de la ciudad, la ciudad malva bajo los faroles. Metí algunos papeles en el maletín y partí rumbo a la Academia de Ciencias. Salí de casa ensimismado, ya no tenía tiempo para llegar a la avenida de las Flores.

POLICIALES

     El 21 de julio del año 2008, en un acto sin precedentes, el pueblo de Chincha se volcó a las calles para protestar por la inacción de la policía en cuanto al asesinato de la niña Sandrita (5); la turba saqueó centros comerciales y atacó las instalaciones de la empresa de transportes Atlantis, donde perdieron la vida veintidós personas entre civiles y policías desplegados para custodiar la marcha, la misma que tenía permiso de la gobernación para una movilización pacífica. Como se sabe, Sandrita fue raptada el 22 de junio y encontrada muerta tres semanas después en una acequia de regadío del barrio Dos Puentes —a escasos metros de su casa—. El cadáver, en estado de descomposición, y con signos claros de haber sido violado y estrangulado, fue identificado por Luis Cabrera Tasayco como su sobrina de cinco años con quién vivía, en compañía de su abuela.

     La Fiscalía investiga los sucesos que se dieron en esta jornada de violencia que se anunciaba como una “marcha por la paz” y en la que, sin embargo, murieron más de veinte personas. Mientras el comandante César Pillara Bustamante, responsable de la comandancia policial de la provincia de Chincha no ha brindado declaraciones, en el Congreso de la República se vocea como inminente la interpelación al Ministro del Interior. Por su parte, la Presidencia de la República ha emitido una breve nota de prensa en donde el presidente lamenta lo sucedido y extiende sus condolencias a los deudos de los fallecidos; según fuentes no oficiales de Palacio, habrá cambios en el gabinete ministerial y no se esperaría hasta julio, como se acostumbra tradicionalmente por Fiestas Patrias.

     La historia de este horrible crimen que conmocionó al pueblo de Chincha comenzó cuando la abuela Valeria Tasayco mandó a Sandrita a casa de una de sus tías —ubicada a pocas cuadras—, para que le avise que se sentía mal de salud. La niña nunca llegó a dar el encargo y tampoco regresó, por lo que sus familiares realizaron la denuncia en la comisaría de Chincha y luego su madre, Sonia Cabrera Tasayco, la ratificó ante las autoridades de la Dirección de Investigación Criminal (DIRINCRI) en Lima.

     El cadáver de la niña fue internado en la morgue de la ciudad para que le realicen la necropsia correspondiente. En tanto, la madre de la víctima pidió a las autoridades policiales ubicar a los responsable de la muerte de su hija. “Mi hija vivía con mi mamá y mi hermano porque yo soy profesora y trabajo en Lima, pero nunca imaginé que la vida de Sandrita acabaría de esta forma”, dijo entre lágrimas.

LA AVENIDA DE LAS FLORES

     La avenida Lexington está llena de florerías. Cuando alguien pone un negocio exitoso, al poco tiempo viene otro, y pone un negocio del mismo tipo a su costado, y luego viene alguien más y pone lo mismo al frente y, en poco tiempo, el lugar está lleno de negocios del mismo rubro. Al atardecer, caminar por la avenida Lexington es como atravesar una nube de olores y texturas difíciles de precisar. Una vez Marie me dijo que las florerías eran como un cementerio de plantas, que había algo perverso en todos esos recipientes llenos de órganos sexuales vegetales. Pero el perfume de la muerte puede ser estimulante en la avenida Lexington. Compro algunas semillas de margaritas para el jardín. Las margaritas sueltan su perfume cuando anochece, es reconfortante salir de casa y llevarse un poco de ese aroma impregnado en el cuerpo, después se mezcla con el olor del tabaco, con el perfume del vino, con los jadeos de la noche contra el cemento, los rastros de perros atropellados, con el sudor de los pasos de los mendigos, el olor de la clínicas de intoxicados, la llovizna que respiro mientras camino.

     Tomo el bus —el metro a esas horas está muy congestionado—. Una hora son sesenta minutos, tres mil seiscientos segundos, era el trayecto en transporte público con un libro en la mano que ni siquiera había abierto, desde que me senté junto a la ventana me quedé observando aquel extraño carnaval de hombres, mujeres, autos, perros, moviéndose en todas direcciones; olores, sonidos, colores. Así era el mundo. Varias calles más allá un sujeto forcejeaba con la cartera de una señora, vino un muchacho y de un empujón hizo rodar al asaltante, la señora agarró su bolso fuertemente y se alejó lo más rápido que pudo; cuando se levantó, el sujeto se abalanzó sobre el muchacho junto con otros dos tipos, lo derribaron y empezaron a darle patadas en el cuerpo y la cabeza. Para entonces ya me había bajado y empecé a gritarles. Los sujetos se fueron caminando insultándome, desaparecieron en la esquina de la calle. Miré el cuerpo inerte, el muchacho era un amasijo sanguinolento, me quedé contemplándolo con fascinación… Llegaron los curiosos, los policías y los reporteros, le sacaron muchas fotos antes de cubrir el cuerpo con hojas de periódicos y quizás, más tarde, llegaría una ambulancia para llevárselo a la morgue, su familia lo identificaría y la historia del muchacho sin nombre terminaría en la tumba del cementerio de la ciudad con muchas flores compradas en la avenida Lexington.

*

Franco Salcedo (Chincha, Siglo XX). Juega y escribe ajedrez y poesía. Sueña y ficciona desde la irrealidad. Hemos publicado su novela El Enemigo (2015, 2020).