Para celebrar los 50 años de la llegada de la humanidad a la Luna realizamos la convocatoria internacional Cuentos sobre la Luna (2019) y publicamos esta antología de nuestra Colección Lo imposible, ilustrada por Raúl Ostos y Ursula Nuñez. 20 historias de terror, amor, ciencia ficción, leyendas… (Argentina, Chile, México y Perú). Compartimos el texto de Andrés Alonso Goyzueta Cuadros.
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La ventana que todos cruzaremos
Andrés Alonso Goyzueta Cuadros
Néstor sabía que ganaría la apuesta, la Luna era una gran ventana redonda. Nicolás había dicho que la Luna era un enorme pedazo de queso. María José había apostado una revista de hecho insólitos, jurando que la Luna, era un cuerpo sólido y esférico que giraba alrededor de la Tierra. Dentro de una bolsa de tela, Néstor introdujo un papel, que equivalía al postre de los viernes y Nicolás apostó en contra su pequeña armónica. Se dieron la mano en señal de conformidad y formalizaron la apuesta.
Dentro de una semana aproximadamente terminarían de construir un transportador que los llevaría hasta allá arriba y les revelaría la verdad sobre la Luna. El equipo hubiera podido construir el transportador más rápido, si es que Néstor, el encargado de guardar todas las partes de la nave, hubiera sido más cuidadoso. La señorita Anastasia era implacable contra la acumulación de suministros espaciales, a los que ella llamaba, materiales descartables.
Las palancas podían ser reemplazadas con paletas de madera, de esas que se usan para revisar si la lengua está inflamada, los botones iban bien con los empaques de las pastillas. Lo más difícil de conseguir era el fuselaje, María José tuvo la idea de usar el enorme tacho donde se guardaban las sabanas sucias, a Nicolás no le parecía necesario, podían juntar dos camas y colocar unas toallas como techo; María José volteaba los ojos, decía que su imaginación estaba llegando a su límite, Néstor como conciliador, hacía que se acercaran y comulguen como compañeros de tripulación. A parte de los accesorios que encontraban a diario, Nicolás, tenía una práctica linterna, además de usarla para hacer figuras en el techo, era ideal para iluminar el camino obscuro en su aventura espacial. Néstor, sólo tenía una chalina, Nicolás le sugirió que podía usarla para cuidarse del frío del cosmos, lo cual lo entusiasmó. A Néstor se le ocurrió que le podía pedir a su abuelo le dejara la radio portátil en su próxima visita.
—Con unas cuantas modificaciones, podemos usarlo como un instrumento de comunicación sideral —agregó Nicolás.
María José, consideraba suficiente su conocimiento como aporte a la misión.
—¿Crees que una simple chalina, te va a cuidar de los menos ciento ochenta grados centígrados?, y por si no lo sabes, las radios sólo reciben frecuencias, no trasmiten —dijo la niña de brazos cruzados. Nicolás y Néstor se miraron.
—Estamos atravesando una nebulosa capitán, repito, ¿me copia?
—Fuerte y claro, repito, fuerte y claro, piloto. ¿Alguna observación adicional oficial de puente? —dijo Néstor, mientras miraba con los ojos entrecerrados a María José.
*
Antes de dormir, tenían que asistir a una reunión obligatoria, que la llamaban La Junta por la Verdad de la Luna, la primera reunión no oficial surgió, una noche, cuando una inusual Luna enorme se asomó como la única ventana de la habitación compartida, sólo los tres futuros exploradores estaban despiertos. Se bajaron de sus camas, con los pies desnudos y sus batas blancas, caminaron sobre las frías losetas verdosas, la Luna les iluminó el rostro y en ese instante surgió la incógnita. En las últimas reuniones, a Néstor le empezó a costar permanecer despierto, la sonrisa que siempre estaba en su rostro dejó de aparecer, y en vez de eso surgió una cara pálida y alargada que usaba la chalina todo el tiempo. Néstor ya no intervenía en las discusiones de Nicolás y María José.
En los siguientes días, a Néstor le entregaron un verdadero equipo espacial, le habían colocado una máscara y un tanque de oxígeno, era un equipo perfecto para realizar la exploración lunar; le prometió a sus colegas que podían usar por turnos esa sofisticada mascara. A la mañana siguiente varios familiares de Néstor llegaron a visitarlo, para alegría de sus amigos, era la primera vez que alguien además de su abuelo venía a verlo. Entre risas y abrazos el grupo de visitantes escoltaron a Néstor, que aún echado en su cama, fue movilizado por una enfermera. Nicolás y María José se miraron con una interrogación en el rostro, alzando los hombros, se acercaron a la puerta de la habitación y ya no podían reconocer a Néstor de entre la multitud que estaba en el pasillo.
Estando a vísperas del vuelo hacia la Luna, la tripulación estaba incompleta, aún quedaban detalles que afinar para la operatividad del transportador, a pesar de ese contratiempo, tendrían lista la nave para el regreso de Néstor, así lo prometió el resto del equipo.
Al día siguiente, trajeron la cama de regreso, a los pocos minutos, un nuevo niño estaba recostado en ella, tenía entre sus manos un videojuego y los audífonos puestos, era un ser imperturbable, un opuesto a la alegría de Néstor, quien, en los primero días se encargó de hacerlos reír con sus caras de chancho y los parpados volteados, nunca les mostró algún juguete, él no los necesitaba. María José hubiera deseado que duerma todo el tiempo que Néstor guste, se arrepentía de haberlo despertado las últimas noches golpeándole la cabeza con una revista enrollada. Nicolás por su parte, estaba convencido que llegaría en el último momento para abordar la misión, y lo ascendería a segundo oficial de mando del transportador.
La señorita Anastasia, trajo entre sus manos una bolsa de plástico:
—Niquito y Marita, vengan, papitos, esto les ha dejado su amiguito Nestitor —les dijo la enfermera mientras los llamaba con las manos. Les entregó la bolsa que contenía una radio portátil bastante envejecida. La señorita les explicó que Néstor se había ido a un lugar mejor, que pasaría mucho tiempo para que todos se reencontraran nuevamente, les acarició las cabezas y se marchó. Nicolás puso la pequeña radio en su mesa de noche, el pequeño aparato tenía la antena quebrada y la pintura desgastada. Al llegar la medianoche, los dos exploradores se dirigieron al transportador espacial, después de tomar sus posiciones, colocaron la radio de Néstor en el tablero principal, la encendieron, se escuchaba estática entrecortada. Después de apretar varios botones, mover palancas y ajustar perillas la aeronave comenzó su despegue hacia la Luna.
Habían pasado poco menos de una hora cuando la Luna ya estaba muy cerca, demasiado cerca. La radio comenzó a transmitir, era Néstor del otro lado del desgastado altavoz:
—Compañeros de misión, ¿me copian? Soy el piloto Néstor. Para informarles que he ganado la apuesta, deben seguir avanzado directo a la Luna, que no es más que una ventana circular abierta en el cielo. Los espero del otro lado, cambio y fuera—. Nicolás sonrió, ordenó a María José que calibre los controles al centro absoluto de la Luna.
—Allí vamos Néstor, te vamos a llevar tu premio —dijo Nicolás solemnemente, haciendo un saludo castrense.
*
Andrés Alonso Goyzueta Cuadros (Arequipa, 1982). Finalista del I Concurso de cuentos de terror (2018) de la editorial. También ha participado en nuestras antologías: Cuentos sobre brujas (2019) y Cuentos sobre la Luna (2019); de nuestra Colección Lo imposible.