Hoy, lunes 4 de mayo, nuestra editorial cumple 8 años y como parte de las celebraciones les compartimos el siguiente cuento de uno de los nuevos libros que estamos trabajando, perteneciente al escritor y psiquiatra Carlos Vera Scamarone.

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Alicia:

Carlos Vera Scamarone

     Trabajar o laborar es un acto por el cual recibimos dinero. En muchas otras regiones está penado, pues se considera algo ilícito. “Es mejor dejar de hacer cosas por dinero, es preferible el placer” rezaba un adagio. Por esto, laborar en el Ministerio de Sueños implica que la mayor parte de los deseos, alucinaciones, o voces de las personas que acuden allí tengan que ser controladas o desviadas. La materialización de un asesino, de un fantasma o de un dragón, o el toparse en un abismo, requieren de un manejo bastante delicado.

     El Ministerio de Sueños está dividido en cinco áreas: sueños eróticos, sueños al aire libre, criaturas imposibles, deudas y problemas de pareja.

     Todas estas áreas forman un edificio en forma de pentágono. Áreas como sueños al aire libre y criaturas imposibles van hacia los extremos posteriores. En ellos, el manejo a veces requiere de espacio.

     Para conectar estas áreas existen cuatro dispositivos que enlazan en horizontal los diversos lugares. El Ministerio tiene burocracia, tiene horas extras, tiene una sala de café y tiene los baños. No está permitido dormir ni pegar una siesta pues ya ocurrió alguna vez que los sueños del trabajador se confundieran con los sueños tratados.

     Pero este trabajo es cansado. A pesar de ello, hay una persona que me alegra el día: Alicia. Ella maneja uno de los ascensores que nos movilizan por el recinto. Gracias a su risotada socarrona o sus bromas adecuadas en el momento más estresante, la rutina de calmar sueños se hace llevadera. ¡Qué sería del Ministerio sin Alicia! Creo que no existiría. Sería incómodo lidiar con los trámites, con sueños de otros, sin aquella mujer que nos sirve como taza de café o que cambia nuestro negativo pensamiento.

     No puedo ocultar que me siento abrumado en ocasiones, y en otras con deseos incluso de dejar todo. Un día. Solo un día, sin arreglar nada. Que no hiciera falta mi presencia. ¡Qué pasaría!

     Aquella mañana, luego de un sueño reparador, con la correcta higiene del sueño, todo tan parametrado, me dejé llevar por la pereza. “Hoy no voy”. Esperé a que la hora de llegada me encuentre en la cama, esperando el timbrazo del jefe. Me declararía enfermo. Eran las 8:15 cuando el timbre sonó.

     —¡Meyerhoff, dónde estás!

     —Estoy enfermo.

     —Maldita sea. Hoy dejó de venir Eiffel, Tesla y tú.

     —¿Qué? Pero me siento enfermo.

    —Bueno. Tómate el día. Pero ante una emergencia te llamaré.

     Listo. Proseguí con mi rutina de ocio. Primero tocaba continuar en la cama. Encendí la televisión para ver noticias, a los minutos apareció un informe sobre los bomberos. “Desde las 8 de la mañana de hoy, la sede del Ministerio de Sueños está incendiándose sin que los bomberos puedan hacer algo. El fuego proviene aparentemente de unas tuberías de gas del sótano. Casi todo el personal ha sido evacuado, pero se teme que continúen personas atrapadas”.

     —Maldita sea. Justo hoy. Una pesadilla de dragones o un loco pirómano debe estar en su frenesí.

     De mala gana me vestí. Sabía que era una emergencia. Pero en mi mente temía por el bienestar de Alicia. Tal vez estaría atrapada en un elevador. Apresuré la tarea de vestirme y salí a un día con una rutina diferente. Tomé un taxi que me dejó justo en la puerta del Ministerio. Cerca estaba Eiffel y Tesla junto al jefe. Esperaba una poderosa llamada de atención en medio de la batahola de los bomberos. Pero el jefe sucumbió ante la preocupación.

     —Alicia está adentro, junto con otros cinco, atrapados en un elevador. Los bomberos no la pueden sacar.

     —¿Qué? ¿Acaso un sueño de pirómano se salió de control?

     —Sí. Un pirómano sobre un dragón.

     Maldita sea. Era lo peor. Alguna vez lidiaron con un dragón. Pero no con la mezcla de los dos poderes más peligrosos de los sueños. Los bomberos lanzaban agua desde unos treinta metros de distancia, el fuego no los dejaba avanzar.

     Meyerhoff miró a Eiffel con algo de sorpresa.

     —¿Y si creamos una escalera inmensa que permita a los bomberos lanzar agua?

     —No. Es mucho peso.

     —¿Y una jaula que aprisione el fuego?

     —Sería difícil.

    —Tesla, tú puedes crear electricidad alrededor de la jaula.

     —Eso atraería el oxígeno y el fuego.

     —¿Y el dragón?

     —De eso me encargo.

     —Al controlar eso, busquen a Alicia.

     Los tres nos tendimos en el suelo y empezamos a soñar. Gracias a la impresora mecánica, cada una de sus formaciones iban tomando forma corpórea. Un inmenso hexaedro con carga electrostática capaz de encajonar el oxígeno para que el fuego no se propague. Este cuerpo geométrico era ligero, los tres fuimos avanzando hacia el corazón del fuego, pisando restos de cenizas mientras el fuego iba siendo controlado.

     —¿Y Alicia?

     —A los elevadores.

     Corrimos hacia la puerta chamuscada del primer ascensor, el que habitualmente usaba Alicia. Un nuevo chorro de fuego los espantó.

     —Maldito dragón.

     Tesla movió sus manos para crear un escudo electromagnético que disperse el fuego. Mientras, Eiffel probaba una ganzua que permita abrir la piuerta del elevador.

     —¡Listo!

     Pero estaba vacío.

     —No está. Alicia debe estar en el otro. Debemos cruzar.

     El dragón obstaculizaba cualquier posibilidad de avance. Recordé que una de mis capacidades era bloquear la conversión de glucosa en energía. Por más animal onírico materializado que fuera, requiere energía. Entonces, cerré los ojos, extendí mi mano. El animal poco a poco fue perdiendo energía. Empezó a caer en sopor.

     —Tiene la glucosa baja.

     Eiffel se había adelantado hasta el segundo elevador para lograr abrirlo y constatar con decepción que Alicia no estaba.

     —Maldita sea. ¿Dónde estás?

     El dragón volvió a despertar. Esta vez, me di cuenta que alguien estaba en su lomo.

     —Tiene jinete. Un pirómano. Esto va a terminar mal.

     Un escupitajo de fuego casi nos alcanza.

     —Huyan.

     El grupo salió corrieindo entre sollozos. Alicia era la razón por la que continúo trabajando. Pero ahora, estaba atrapada o muerta.

     Desde fuera, el dragón seguía incendiando todo. Las esperanzas caían como cenizas de un volcán.

     Los equipos de emergencia se armaron de metralletas y un cañon. Empezaron a disparar hacia la bestia que dominaba el centro del recinto, derruido por el fuego. Al cabo de minutos, el animal cayó agonizante. Apresaron al pirómano. Aparente calma se respiró.

     —¿Pero, Alicia?

     Un graznido se oyó desde el edificio. Remolinos humeantes empezaron a dispersar el fuego. Un enorme dragón, blanco, impoluto, se alzó imponente sobre el aire. En su grupa estaba Alicia, con su inconfundible risotada. Tras ella, en perfecta hilera, cinco sobrevivientes.

     —Señor Meyerhoff, era el sueño de un niño. Su dragón era blanco —gritaba Alicia.

     Aquel día, luego que Alicia se posara cerca de las patrullas, ella bajó con la característica sonrisa que motivaba continuar la faena.

     —Se logró, señor Meyerhoff. Cuando vi que el incendio estaba acorralándonos apareció un sueño de dragón blanco. Quien quiera que sea, nos salvó.

     ¡Y tú salvaste nuestras vidas, con tu sonrisa!

***

Carlos Vera Scamarone (1974). Escritor y doctor, especializado en Psiquiatría. Hemos publicado su libro Mi robot depresivo y otros cuentos (2016; 2019), entre otros. También ha participado en nuestra antología: Los muertos nos miran. Cuentos peruanos sobre zombies (2018), entre otros. Mayor información: dando click aquí.