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Antología de literatura fantástica y de ciencia ficción peruana

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Somos libres. Antología de literatura fantástica y de ciencia ficción peruana nació en 2012 como ebook (libro digital) de descarga gratuita. Para celebrar su octavo aniversario, les ofrecemos esta segunda edición, para leer desde nuestra página web. En el siguiente texto el autor nos enseña la relación entre poderes y venganza.

Adquiere nuestros títulos: aquí.

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En el lugar y a la hora indicados

Carlos Enrique Saldivar

Imagen: Melissa Lozada

Fue solo un puño, pero parecían al menos diez convertidos en una sola mano gigante. Me dio en pleno rostro y me quebró la nariz. El dolor fue intolerable y caí boca arriba, sobre un suelo que parecía estar hecho de espinas. Me hallaba sangrante y con las lágrimas y los mocos saliendo de mi interior como gusanos de un cadáver seco. Alvin no se contentó con haberme dejado fuera de combate, la emprendió a patadas conmigo de un modo tan cruel que pensé que me moriría en ese momento. Me dio en las piernas y en el vientre. La gente que nos rodeaba emitía aullidos y silbidos. Cuando Alvin levantó los brazos en señal de victoria, aplaudieron.

Daniela me observaba desde el umbral de la puerta trasera del bar. A pesar de la enorme cantidad de gente, conseguí ver su hermoso rostro trigueño. Sus ondeados cabellos se movían con ligereza. Había viento. Hacía frío. Recordé la única vez que hice el amor con ella. Parecía que adentro de mí había un océano que se desbordó cuando eyaculé en su interior. La quería. Como nunca había querido a nadie.

Se acercó a paso tímido, avanzó con dificultad entre la gente e ingresó en el patio de lucha. Le brindó una mirada de rabia a mi contrincante. Alvin la rodeó con sus brazos y le dijo:

—He ganado, nena. Lo he hecho mearse en los pantalones. Vámonos.

Pero ella volteó la mirada hacía mí, vertió algunas lágrimas e intentó acercarse más. Alvin la levantó sin esfuerzo sobre su hombro derecho. Daniela parecía una muñeca rota, se dejó cargar y empezó a llorar de impotencia. Él se la estaba llevando cuando comencé a ponerme de pie.

Mis extremidades parecían de plástico. Sabía que tenía al menos dos huesos rotos, aunque no podía deducir cuáles eran.

—¡Oye, marica! —le grité a mi rival—. ¡Ven acá si eres hombre!

Alvin se detuvo y bajó a Daniela, quien aún se mostraba en trance por lo ocurrido.

—¿Qué dijiste, conchatumadre? ¡Ahora vas a ver!

Quizá nadie pueda comprender la densidad de esta historia, por ello he de aclarar que alguna vez Alvin y yo fuimos amigos. Ambos jugamos juntos en el equipo de fútbol del colegio. Daniela venía a vernos entrenar —era una acérrima aficionada al deporte rey— y mi entonces camarada se enganchó de inmediato con ella. Creo que fue por sus largas y hermosas piernas. Primero él fue su novio, mas cuando ella se dio cuenta de lo agresivo que era terminó la relación. Luego vino hacia mí, buscando consuelo. Nunca he sido bueno con las chicas. Nunca he sabido tratarlas, por eso cabe decir que fue ella quien me trató a mí. Salimos en secreto para que ni Alvin ni sus amigos se enteraran. Mi ex–amigo se hubiera sentido herido en su amor propio. Todo había resultado perfecto con ella. Ambos éramos parecidos; frágiles, cariñosos, soñadores. Dani solía acariciarme el rostro, musitando palabras dulces como si yo fuera un príncipe, o en el sentido más cursi de la frase: su alma gemela.

Todo fue bien hasta que el hermano menor de Alvin me vio saliendo de la casa de ella…

El presente se muestra como un escenario lleno de sangre y sufrimiento. Recibí una patada en la pierna izquierda y caí de lado, intenté pegarle en el estómago, pero él bloqueó mi golpe y me sepultó el puño en mitad de la cara.

Yo aún no caía.

Si la situación hubiera sido otra me hubiese dejado abatir. Solo era una tonta pelea, nada más. ¿Qué importaba que los estúpidos del quinto de secundaria me llamaran perdedor? Yo no era nadie, solo un muchachito que empezaba a conocer los aspectos más oscuros de la vida. No sería tan grave si me rendía, todo pasaría. Quedaría sepultado en la memoria colectiva como un hecho sin importancia. Debí haberme olvidado de todo. Debí haberme lanzado al suelo.

Pero sabía que si él se la llevaba la violaría. Podía hacerlo. Todos le temían. Tenía los medios para cometer dicho crimen. La locura. El poder. El padre de Alvin era coronel de la policía. Su madre era la directora de la escuela. Mis padres eran un ferretero y una costurera. Alvin era alto, atlético y fuerte. Yo era bajo, esmirriado y débil. Sólo contaba con el amor de Daniela. Lo único bueno que tenía en el mundo era ella. Por lo tanto, debía proteger mi bien más preciado. Incluso si con ello perdía los dientes o un ojo. Tenía que irme de ese lugar con mi chica. Debía hacer algo, aunque no sabía qué. Ninguna ayuda. Ni un solo amigo. Todos estaban del lado de aquel desgraciado. Nadie sacaría cara por mí. Yo era un nerd. Un fenómeno, así me llamaban.

Me decían «fenómeno» desde el año anterior, cuando predije cierto suceso.

En aquel entonces Alvin se acercó a mí y me incluyó en su grupo. Estoy seguro de que yo le resultaba interesante.

Un puñete en el estómago.

Una patada en la costilla izquierda.

Otro puño en la mandíbula.

Caí.

Alvin fue ovacionado por las treinta o cuarenta personas que nos rodeaban.

Vi luces sobre mi cabeza. Me estaban grabando con un celular. Dos celulares. Tres celulares. Se prendió un cigarro a unos metros a mi derecha. Vi una pareja de novios que tomaba alcohol barato de la misma botella mientras se besuqueaban.

Mi contrincante me escupió en el lado derecho de la cara.

Me dio una patada en el culo.

No sé porqué le dije a mi rival lo siguiente. Tal vez fue el exceso de dolor. Debido a los traumas quizá mi cerebro no estaba funcionando bien.

—¡Alvin!

Él no volteaba. Le dio la mano a Daniela, quien estaba arrodillada unos metros adelante, mirándome con detenimiento.

—¿Viste? Es una basura. Vamos, te enseñaré a un hombre de verdad.

—¡Hijo de puta! ¡Escucha!

Yo me hallaba en el suelo, sin embargo mi lengua estaba intacta, mi garganta también. Pude hablar y dije algo que nunca debí haber mencionado:

—Daniela nunca quiso acostarse contigo, ¿verdad? Nunca quiso que te la tiraras. Por eso te enojabas con ella. No podías dominarla. Ni siquiera sabías besarla. Yo fui su primer hombre. Me dio a mí aquello que nunca te dio. Yo sí logré hacerle el amor.

Entonces me reí.

Alvin volteó hacia mí y se acercó lentamente. Ya nadie gritaba, solo se oían murmullos desde cada rincón del patio. Un sujeto dijo: «Si alguien me dijera algo así yo le corto los huevos. Mátalo, Alvin».

Se acercaba, rojo de ira, al lugar donde me hallaba caído. Yo seguía riéndome. Una risa boba y desesperada. Fue cuando vi el rostro de la chica que quería. Me miraba con un cierto odio. Sus ojos estaban hinchados por las lágrimas. Parecía decirme: «¿Por qué, Andy? ¿Por qué dijiste eso?» No porque yo hubiera revelado aquel secreto. Sino porque yo mismo había cavado mi propia tumba.

El que una vez fue mi amigo me pateó en la cara y me voló un diente.

Fue la única patada que percibí, luego todo se puso blanco. Una extraña vibración surgió en mi cerebro. Creo que duró dos o tres minutos. Cuando desperté vi que Alvin se llevaba del brazo a mi chica. Ella intentó evitarlo, pero de nada sirvió su endeble forcejeo. Su grito fue único y retumbó en la zona como el aullido de una sirena:

—¡ANDY!

—¡Alvin, ven! —grité. Él no hizo caso. —¡Alvin! ¡ALVIN!

Se la llevó. Todo el mundo comenzó a retirarse. «¡Que penoso espectáculo!», musitó una chica del grupo. Se fueron todos hasta que quedé solo.

Hice un gran esfuerzo y me senté en el suelo, cabizbajo. Puse mi mente en blanco.

Quizá había pasado una hora cuando ella llegó.

Me ayudó a ponerme de pie. Me cogió de la mano y me llevó con ella hasta su auto.

—¿Qué pasó, Andy? —me preguntó.

—Nada, Dani. Aún no pasa. Sucederá mañana. En este mismo lugar.

—¡Oh, Dani, no me digas que…!

—Sí, princesa, me estaba buscando, cuando lo vi entrar salí del bar por la parte de atrás. Entonces todo se puso patas arriba y vi… Me encontrará mañana y…

Le conté sobre la pelea, omití varios detalles dolorosos. Ella me escuchó, nerviosa. Me puse el cinturón de seguridad mientras ella aferraba el volante sin animarse a partir. Me abrazó y lloró en silencio. Me dijo:

—Tienes que irte. Vámonos juntos, es la única manera.

—No podremos, yo tengo diecisiete y tú, dieciséis. Nuestros padres nos traerían de vuelta. Y él nos encontraría tarde o temprano. Debemos…

Era tan compresiva. El único ser en el mundo que me entendía. Mis padres me pidieron una vez que ocultara mi maravillosa facultad. Estoy seguro de que yo les horrorizaba. Me llevaron con todo tipo de doctores para curarme. Algunos intentaron ayudarme. Otros quisieron experimentar conmigo. Incluso me trataron con un curandero que me clavó unas agujas en la espalda. Cabe mencionar que con ello no mejoré ni un ápice. Aunque sí aprendí una cosa: no necesitaba de aquellos tratamientos. No estaba enfermo. Mi cualidad era prodigiosa, sin embargo el rechazo de la gente se haría presente en cuanto lo supieran. Por eso mantuve el secreto durante tantos años. Yo podía predecir hechos violentos antes de que estos ocurrieran. Pero había dos condiciones para que dicha habilidad se manifestara. Hacía catorce meses, yo caminaba por la avenida principal de mi distrito. No recuerdo qué hacía ahí. Solo sabía que tenía que recorrer la avenida palmo a palmo. Crucé la pista una vez, otra vez. Nada fuera de lo normal sucedía. De pronto… surgió un resplandor que me dejó ciego. Vi frente a mí pasar una movilidad escolar. Yo conocía a la conductora, ella estaba distraída, hablando por celular. De súbito, un auto le cerró el paso. La mujer hizo una mala maniobra y se estrelló contra un tercer vehículo que venía desde el carril contrario. Dicho automóvil transportaba balones de gas. La explosión lo cubrió todo. Incluso a mí. Abrí los ojos de golpe. Estaba gritando. Me hallaba en mitad de la calzada y un señor que avanzaba en su carro me increpó: «¡Chiquillo, sal de ahí, te voy a atropellar, carajo!»

Solo había ocurrido dos veces antes. Cuando a los ocho años vi a mi abuelo caer de su silla de ruedas debido a un infarto que lo mató. Luego, a los once años, vi a un perro bravo escapar de una casa y saltar encima de un niño vecino de cinco años. La imagen era vívida. El rostro del pequeño era destrozado por los enormes colmillos del can. Aquella vez también grité. Siempre gritaba cuando aquellos sucesos tenían lugar. Las visiones eran raras. Pero yo me había dado cuenta de los factores que habían de intervenir para que la premonición funcionara:

Debía estar en el lugar exacto donde el hecho tendría lugar.

Necesitaba encontrarme ahí veinticuatro horas antes del incidente. Quizá un poco más, un poco menos. Pero tenían que ser alrededor de veinticuatro horas previas.

Condiciones muy difíciles de cumplir porque resultaban ilógicas. Uno nunca sabía dónde iban a ocurrir los desastres. Por lo tanto, no tenía idea de cuándo y dónde debía ubicarme para poder preverlos. Cuando sucedió lo del abuelo mis padres no me hicieron caso. Luego, él murió y se dieron cuenta de que algo extraño pasaba conmigo. Debido a esto, mis progenitores sí me prestaron atención cuando tuvo lugar lo del perro. Y unos segundos antes de que el canino alcanzara al niño mi madre tomó a éste en sus brazos. Mi padre ahuyentó al can a golpes de martillo. Y cuando presentí lo del transporte escolar mis papás me ayudaron a avisarle a la conductora acerca del peligro que corría. Un día después de la fecha fatídica ella comentó a mi madre que había dejado el celular sonando por largo rato. Nunca contestó el aparato. Estaba impresionada por lo que le habían dicho mis padres. Jamás chocó. Ninguno de los catorce niños que viajaban con ella pereció. Y hoy…

Hoy fui al bar a utilizar la máquina de videojuegos. En el local del viejo Jacinto servían licor a los menores de edad. Las leyes peruanas no llegaban hasta las afueras de la capital. Las normas eran quebrantadas siempre a lo largo y ancho de mi país. Cada quien hacía lo que quería. Era el terreno del más fuerte, un territorio mortal. Prueba de ello fue lo que el viejo Jacinto me dijo:

—Alvin te está buscando. Dicen por ahí que te quiere partir en trocitos. ¡Ya ves! ¿Por qué te metes con su mujer?

Intenté huir, entonces vi a mi adversario aproximarse al local con sus amigos. Tuve que salir por la puerta trasera hacia el enorme patio, junto al aparcamiento de autos. Fue allí, exactamente a las 9 y 03 minutos, cuando caí de rodillas, como fulminado por un rayo, y tuve la visión.

—¿Qué ibas a decir, Andy? ¿Qué debemos hacer?

Daniela manejaba el auto, llevándome a casa. Yo permanecía un poco atontado, sin embargo logré decirle:

—Debemos enfrentar a nuestro enemigo. Yo debo enfrentarlo.

—¡No, no lo hagas! Es una bestia. Por favor, no vengas mañana al bar.

Ella detuvo el auto a un lado de la pista, junto a una calle poco concurrida. Soltó el volante y comenzó a sollozar. Mi mente se aclaró. La amaba. Era la única persona en el mundo a la cual le había contado mi secreto. Muchos han escuchado rumores sobre mí. Chismes acerca de mi premonición sobre el accidente de tránsito del año pasado. La conductora del transporte escolar se lo había contado a la directora del colegio. También al coronel de la policía. Ambos, padres de Alvin. Los rumores corrieron por todo el plantel; por ello murmuraban en contra mía. «Fenómeno». «¿Quién diablos te crees?». «No te juntes con nosotros, anormal». El único que se acercó a mí y me incluyó a su grupo fue Alvin. Pero lo hizo porque se sentía entusiasmado con mi virtud. Gracias a él ingresé al equipo de fútbol. A menudo me hacía preguntas sobre lo sucedido con la movilidad escolar, pero yo siempre lo negaba. Él deseaba que yo predijera algo en algún momento. Esperaba por un suceso extraordinario que nunca llegó. Lo único asombroso que nos pasó fue Daniela. Una mujer maravillosa que, sin querer, provocó la discordia entre ambos. Mi secreto era infranqueable. Si se hubiera sabido, todos se habrían burlado de mí. Tenían una mentalidad sucia. Eran unos animales. No eran como yo. Recuerdo sus voces y risas durante mi visión. Gozaban del cruel espectáculo que Alvin presentaba conmigo. No me hubieran entendido jamás, me habrían tratado peor que en aquella escena de haber sabido la verdad. Solo Daniela me comprendía. Me adoraba, yo lo sabía. Cuando se lo conté, se sorprendió, no obstante lo tomó con naturalidad. Me aceptaba tal como era. Como alguien especial. Como una persona que no necesitaba de la aprobación de los demás para vivir. Únicamente la necesitaba a ella. Y a mí mismo.

—Te amo, Dani —le dije.

Ella me rodeó con los brazos. Ya no lloraba. Yo añadí:

—No te preocupes, todo saldrá bien. Tengo una sorpresa preparada para nuestro amigo.

—¿En serio? —Ella me observó con un gesto de duda—. ¿Qué es lo que vas a hacer?

—Será una sorpresa. Por favor, no me preguntes. Tú solo realiza tus actividades de mañana con normalidad, como las tenías planeadas.

Ella lo pensó durante un minuto. Luego acarició mis cabellos y dijo:

—De acuerdo, Andy. Te amo.

Y me besó. Su pequeña lengua tocó la mía y me sentí dichoso. Muy dichoso.

Ya sabía lo que debía hacer. Tenía en mente un plan perfecto. Alvin se llevaría la sorpresa de su vida. El futuro, por más trágico que fuese, era susceptible de cambio. Ya lo había comprobado dos veces. Mañana también se modificaría todo. No sería mi ex-amigo quien triunfara. Sería yo. Le escupiría, le patearía, le obligaría a morder el polvo. Yo a él. El tonto sangraría como un cerdo y rogaría. Claro que lo haría. Mi padre tenía una ferretería propia y yo tendría a la mano lo necesario para poner mi plan en marcha. El destino hizo que me hallara en el lugar y a la hora indicados. Le demostraría al mundo quién era Andrés Matamoros.

Soy especial.

Es poco más de las 9 y 50 de la noche. Le diré a Daniela que me lleve ahí. No se negará, el lugar se encuentra cerca. Además no me tomará mucho tiempo. Estoy ansioso por volver a la parte trasera del bar y ver cómo terminará todo.Será una visión agradable.

Carlos Enrique Saldivar (Lima, 1982). Director de la revista Argonautas y del fanzine El horla, publicaciones de literatura fantástica. Seleccionado en el Primer Concurso de Microrrelatos Pluma, tinta y papel. Publicó Historias de ciencia ficción (2008), Horizontes de fantasía (2010) y El otro engendro (2012; 2019).

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