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Antología de literatura fantástica y de ciencia ficción peruana

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Somos libres. Antología de literatura fantástica y de ciencia ficción peruana nació en 2012 como ebook (libro digital) de descarga gratuita. Para celebrar su octavo aniversario, les ofrecemos esta segunda edición, para leer desde nuestra página web. En el siguiente texto el escritor Carlos Calderón Fajardo nos habla sobre la muerte y el poder de una fotografía en los recuerdos. Incluimos una ilustración de Carlos Atoche Intili, artista que ha ilustrado otros títulos de la editorial.

Adquiere nuestros títulos: aquí.

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La muerta

Carlos Calderón Fajardo

Imagen: Carlos Atoche Intili

      Estaba en el periódico, asesinada en la isla de Taquile, en medio del lago Titicaca. Por unos instantes quiso Federico que no tuviese nombre.

       Intentó recordarla bajo la luz de un fluorescente, turbia, alimentando Magda a un loro, dormida, escuchando tangos pendencieros, vestida con una chompa negra de cuello Jorge Chávez; el estremecimiento y erizamiento de la pelusilla detrás de sus orejas al sentir el aliento masculino; la mano que se sujeta a la otra mano en el momento de un leve mordisco entre los otros mil recuerdos que evitaba recordar Federico al verla muerta en un periódico.

      Leyó las líneas donde se informaba de las circunstancias del atroz hallazgo y casi se desmaya al enterarse cómo había sido encontrado el cuerpo.    

        Decía la noticia que realizadas las averiguaciones de rigor se había comprobado con estupor que se trataba nada menos que de Magda S y X, una pintora famosa, muy querida por la comunidad, a la que no se le conocía enemigos. La artista acababa de volver a la ciudad luego de exhibir con gran éxito sus cuadros en Buenos Aires. El dato desconcertó muchísimo a Federico, ya que eso había ocurrido muchísimo tiempo atrás, es decir lo de la exposición en Argentina era un hecho con vida propia en la memoria. El autorretrato pintado por Magda colgaba en una pared de la sala de la casa de Federico y había formado parte de aquella muestra memorable. No quiso ver la fecha del periódico que apretó en sus manos y resignado se dejó llevar por lo que de manera implacable estaba sucediendo. Se percató de que nada evitaría el horrible desenlace.

       Miró el autorretrato de Magda: ella había pintado un lunar en su rostro que no existía, artificios. La muerta, que fue hallada de casualidad por un turista griego, mostraba aquel  lunar provocador en la mejilla derecha que nunca había existido en la realidad. Federico buscó  en la gaveta donde guardaba documentos importantes y halló una antigua fotografía tomada con una polaroid, de la época en que Magda pintó ese cuadro: Magda bañándose en una playa a orillas del lago Titicaca con la cabeza protegida por un gorro. Federico escrudiño lo que existía aparentemente invisible en ambas imágenes, la foto y el cuadro, y las comparó con la imagen de la muerta en el periódico.

       Como si ese lunar artificial hubiese sido un elemento invocador ella se hizo presente, flotó tenue y después se hundió rápidamente bajo la superficie.

      La fotografía en el periódico mostraba la cara deformada de Magda por el agua, lucía  hinchada como un globo, con los ojos como dos burbujas. Una mujer muerta, de aproximadamente 60 años, así era como se le veía, igual a una planta que hubiese estado germinando sumergida bajo el lago. Lo extraño era la casaca, moderna, de licra. El cuerpo de Magda tenía que haber sido encontrado flotando, como un fardo, asomando en la lenteja de agua, sobre el manto verde que maligno se va comiendo poco a poco la superficie del lago y no en el lugar donde fue hallado.

       Federico se sorprendió al enterarse por ese periódico que a la muerta la encontraron debajo de unas totoras, en territorio perteneciente a la comunidad de Taquile, en la parte alta de la isla. Se sintió arrojado al vacío. Recordó la visita a Taquile con Magda, ella subiendo la colina en medio de la isla por el camino empedrado. Las viviendas de la comunidad se asientan en la parte alta de la isla. Todo pasó en pocos minutos. Las cosas sucedieron más o menos de la siguiente manera: en esa oportunidad Federico observaba por el lente de su cámara embebido por la multiplicidad de colores en la superficie del lago cuando vio algo que flotaba. Apretó en un acto reflejo el disparador. Era su hobby, poseía una muy buena cámara. Él fotografiaba lo que luego ella pintaba. Habían viajado con Magda a Taquile a capturar el lago desde lo alto. Tomaron decenas de vistas del magnífico paisaje, pero, como en otras ocasiones, el rollo luego quedó durmiendo en un cajón, esperando. Hasta que Federico supo de la muerte de Magda.

       ¿Cuántas veces había sido asesinada?

        Ese mismo día, luego de enterarse de la infausta noticia hizo revelar el rollo de las fotos en Taquile. En un sobre le entregaron esas placas: del lago, fotos de la isla, de los comuneros con sus atuendos tan particulares, con sus gorras rojas con borla. Una mujer aparecía subrepticia en cada una de las pequeñas cartulinas brillosas. Federico se crispó al ver la más extraña de todas las instantáneas de la serie. ¿De dónde salió? ¿Quién la tomó? ¿Por qué estaba ahí? La foto de un entierro en el cementerio de Laykakota, inconfundibles las tumbas blancas. Se veía en esa foto a una mujer vestida de luto, caminando tras un ataúd. Se trataba de un entierro, de eso no había duda. Federico reconoció a algunos de los parientes que habían participado en el cortejo. La mujer vestida completamente de negro, era la misma, la muerta que se veía en la fotografía en el periódico. Magda muerta, y portaba algo en la mano que parecía ser un ave, un extraño pájaro, quizás un pato salvaje.        

       Federico, como ocurría siempre, cogió la cámara que había guardado varios días antes en un cajón de su escritorio. Se puso una casaca impermeable y salió de su casa. 

       Caminó nervioso entre la penumbra, por las calles mojadas por la lluvia de la noche.

        Por fin llegó al puerto de donde partían las embarcaciones para navegar por el lago. Lo único que Federico tenía que hacer era ir a Taquile a un nuevo reencuentro, a una reunión impostergable, más indispensable que nunca.

        Tomó el último barco que salía para la isla.

Verano, 2012.

Carlos Calderón Fajardo (Juliaca, 1946 – Lima, 2015). Estudió filosofía en Viena, sociología en la PUCP e hizo su postgrado en Paris. Ha publicado 10 novelas (entre ellas una trilogía sobre la vampiro Sarah Ellen) y 4 libros de cuentos. Ha ganado el Premio Arguedas de cuento y en novela, Premio Ricardo Palma y Premio Gaviota roja, entre otros. También ha sido finalista de los premios Tusquets 2006 y Juan Rulfo en Radio France de Paris.

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