En 2014 publicamos Un muerto camina entre nosotros. Cuentos peruanos sobre zombies, la primera antología nacional de su tipo. En 2018, celebrando los 50 años de la película La noche de los muertos vivientes (1968) de George Romero, que marca el nacimiento de los zombies modernos lanzamos el libro con los resultados de nuestro I Concurso de cuentos de terror y Los muertos nos miran. Cuentos peruanos sobre zombies, libro que ofrece nuevas historias que muerden, ilustradas por Murdock (Jesús Mansilla). Compartimos el texto “Ningún zombi fue lastimado en esta filmación” de Giuseppe Albatrino sobre la búsqueda de realidad del director Alfonso Bernal cuando filma su nueva película sobre muertos vivientes.

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Ningún zombi fue lastimado en esta filmación

Giuseppe Albatrino

     A centímetros del zombi, el director Alfonso Bernal no dejaba de olfatearlo y mirarlo. Dio un paso hacia atrás para examinarlo con el visor que siempre llevaba colgado del cuello, pero fue inútil. El olor a maquillaje y la postura del actor que, después de veinte minutos ya no sabía en qué pierna apoyarse, lo convencieron de que tenía que conseguir uno real.

     —López, tráeme uno verdadero o dejo la película.

     —Pero, Alfonso, me parece que estás exagerando. En la pantalla, créeme, nadie lo notará.

     —Yo lo notaré… y eso es suficiente.

Un gran punto final se dibujó en el aire. El buen López sabía que Bernal no cambiaría de parecer. Su terquedad era tan conocida como la lista de actores a quienes había maltratado. Esto último podría atestiguarlo el célebre Ricardo González: debido a que tuvo que repetir varias veces una escena en la que lamía la suela de un zapato, nunca más pudo reconocer un sabor en su vida. Es así que ninguno de los involucrados en la película se sorprendió cuando dos días después el septuagenario productor anunció que cumpliría la exigencia de Bernal.

     —Tuve que sobornar a un funcionario del Centro de Control de Enfermedades para que me entregue la relación de los lugares donde los tenían. No creas que me salió barato: esta lista vale oro. En todo el planeta quedan tan solo veintiséis zombis. Mira —alzó el papel como si Bernal pudiera leer las letras pequeñas a tres metros de distancia.

     —¿Nos alquilarán algunos?

    López no se inmutó. Estaba acostumbrado a que su amigo se refiriese por igual a la utilería y a los actores como si se tratasen de lo mismo.  Añadir “muertos-vivientes” al conjunto no era disonante con el patrón.

    —No de manera formal, tú me entiendes. Sin embargo, ¿te das cuenta lo que debemos considerar si los incluimos en la película?

     A Bernal le resultó extraña la preocupación de su productor por esos detalles cuando acababa de dar a entender que había sobornado a un empleado público. En general, al director le costaba entender la moral de los demás. Tampoco comprendía el morbo de la gente que incluso se tomaba selfies con las víctimas o miraba sus películas acerca de una epidemia que, en apenas tres meses, había convertido a cuatro mil personas en zombis, mientras la CNN iba mostrando los focos infecciosos en un mapamundi cubierto de puntos como si este sufriera de sarpullido.

     —No hay problema. Ya nos vemos en la filmación.

     —¿Acaso no lo ves? Esta es la oportunidad para demostrar lo sensibles que somos con cualquier criatura viva.

     —Pero… ellos están muertos.

    —Da lo mismo. Agregaremos en los créditos un texto que indique que ningún zombi fue lastimado en la realización de esta película, tal como se hace con los perros y caballos cuando los incluyes en el guión. Claro, ahora en vez de animales serán…

   Lo interrumpió la mano levantada del director que con una sonrisa en los labios aprobaba su explicación. Su sentido de la propaganda no podía estar más satisfecho. La advertencia que por décadas había calmado a los defensores de los derechos de los animales ahora podría ser usada para detener a cualquier palurdo dispuesto a alzar una pancarta en la entrada del cine por filmar con zombis verdaderos.

* * *

     Todo el equipo de producción y los actores había dado un suspiro colectivo al enterarse que la producción continuaría. Algunos después señalarían que el protagonista de la película, Ricardo González, fue el único que no manifestó lo que realmente sentía. El director había regresado al rodaje y se encontraba empeñado en que nadie, salvo algunos camarógrafos, supiese que los dos desdichados arribarían el lunes por la tarde de un lugar que, según López explicaría a los investigadores, podría ser considerado un campo de concentración para leprosos.

     Los trasladaron en un remolque para caballos. Detrás de este iba un carro con emblemas del municipio que era manejado por un hombre pequeño a quien solo le faltaba la etiqueta de “burócrata” pegada en la espalda. Sin previo aviso bajaron a las pobres víctimas de la epidemia: un hombre y una mujer que probablemente fueron pareja en épocas más felices. Cuando los presentes tomaron conciencia de lo que sucedía, la atmosfera en el plató cambió como si hubiera sido golpeada por una tormenta tropical. Estaba claro que no habría comité de bienvenida para los nuevos compañeros de reparto: uno de los extras vomitó y una vestuarista se alejó llorando, balbuceando algo sobre un hermano sacrificado al sufrir la misma enfermedad.

     Bernal se dirigió hacia los nuevos integrantes con un paso decidido y casi festivo. Llevaba en la mano la butifarra que había cogido de la mesa del bufé y el visor en la otra para examinarlos como había hecho con el actor la semana previa. El olor pestilente que provenía de los cuerpos, ¿acaso de los tejidos muertos?, lo obligó a retroceder unos pasos antes de continuar con la inspección.

     —López, ¿qué es esto? —la tela que sobresalía de debajo de la falda de la mujer parecía estar limpia.

    —Son pañales, Bernal. Los del Centro me los entregaron así, con ellos puestos. Habrá que revisarlos cada cierto tiempo para cambiarlos. De eso nadie escribe, pero si es que comen, es lógico lo que ocurre después.

     Tras unos segundos, Bernal se fijó en el actor que llevado por la curiosidad parecía flotar a su lado como una boya.

     —González, ¿tú usas de estos? ¿No es así? No lo niegues. Todos sabemos que estás viejo y tienes miedo de cagarte en los pantalones así como me cagas la película.

     —Entre las risas burlonas y comedidas del resto, el protagonista de la película trató de salvar la poca dignidad que le quedaba y negó con la cabeza la impertinencia del director que finalmente cambió de tema al fijarse en la presencia de un hombre con apariencia de burócrata.

     —¿Y este quién es? —preguntó apuntando al visitante.

   Contrariado y con ardor en las mejillas ante el desagradable espectáculo que Bernal había dado contra González, el productor le explicó que se trataba del señor Pérez, un administrativo del Municipio.

     —Garantizará ante las autoridades que ninguno de los zombis sea maltratado.

     Un tímido Pérez estiró el brazo con intención de saludar a Bernal, pero este fingió no verlo.

     —Sigamos. ¿Este par tiene nombre?

     La pregunta sorprendió al desprevenido productor. No se le había ocurrido preguntar por la identidad de los nuevos actores. El burócrata tampoco se había interesado por saber quiénes eran.

     —No hay problema. Los llamaremos Gruñón y Gruñona por los ruidos que hacen.

* * *

     El resto del día prosiguió como de costumbre en las filmaciones de Bernal: con los arrebatos habituales de este dirigidos hacia el equipo en general y a los actores. No obstante, en esta ocasión, algo insólito ocurría. Por primera vez no todos estaban sujetos a este régimen. Las dos entidades que nadie se atrevía a definir si estaban vivas o muertas se salvaban del constante acoso gracias al cartel prometido para los créditos finales. El burócrata se encargaba de velar esa condición con un esmero que no habría hecho presagiar la timidez con la que se había acercado al director la primera vez.

     —¡No los toque! —reclamaba con autoridad, repitiendo lo que repetiría mil veces: —¿No ve usted que ningún zombi puede ser lastimado en este film?

     Al final de la jornada, mientras se desmaquillaban, muchos actores deseaban haber contado con la misma protección que los zombis. Sobre todo aquellos sobre los cuales el director, adicionalmente a la carga normal de maltratos, había impuesto otra para compensar las limitaciones que le causaba la presencia del metódico funcionario del municipio.

     Antes de devolver a los zombies para que descansen, un preocupado Bernal pidió que le llevaran atada a Gruñona a su remolque, ya que deseaba encontrar la manera de guiarla mejor en su actuación

     El pedido arrancó algunas risas socarronas de los que conocían la costumbre del director por hacer audiciones privadas con las actrices. López luego aseguraría que en los ojos hundidos de Gruñon, en lugar de ojos achinados por la risa lo que encontró fue una mirada de profunda ira.

* * *

     El día martes fue de descanso para la mayoría del equipo. Correspondía filmar en un área densa del bosque por lo que solo se necesitaba a González, el director, su productor, un camarógrafo, el sonidista y, por supuesto, los zombis resguardados por el burócrata. Lo ocurrido después demostraría que, en ocasiones, no se necesita de muchas personas para que la catástrofe ocurra.

     Ya sea por los testimonios contradictorios de los sobrevivientes o por la poca empatía que la víctima irradiaba, los investigadores no pudieron obtener de los testigos información suficiente para saber qué ocurrió en ese minuto y determinar un culpable. Lo que la cámara de manera abrupta pudo registrar fue de ayuda. En el vídeo se ve que López le dice algo al oído a Gruñón. Aunque este señala que se trató de un comentario sin importancia, algunos imaginan que en realidad era algo relativo a la lujuria del director que había pasado la noche anterior junto a Gruñona. De otro modo no se explica que acto seguido, y debido a la furia del zombi, González no pudiera contener la cadena que lo ataba a este y evitar así que se abalanzara sobre Bernal. El director, aún en el suelo, pelearía hasta el último segundo para no ser contagiado.

     En medio de los gritos, el sonidista intentó golpear al atacante con el micrófono, mas los reclamos airados del burócrata que exigía no maltratar al zombi aplacaban su esfuerzo. Gruñona, imperturbable, miraba la escena. El camarógrafo también intentó ayudar, y dejó caer en el proceso su cámara al piso. En el rápido trayecto hacia el suelo, el lente de la cámara logra filmar lo que para muchos es la ropa interior para adultos sobresaliendo del pantalón del productor. Este ha jurado que nunca las ha necesitado.

     Todo acabó con el grito de dolor que dio Bernal al ser mordido.

Luego de completarse las investigaciones, la filmación se reanudó por orden de López, ante la aprobación de todos. “La función debe continuar” sería la consigna que repetiría el equipo ante las preguntas de la prensa que ahora merodeaba entre ellos noche y día.

     Cuando se supo que el propio director Bernal realizaría un cameo, al parecer inconsciente de este hecho, los pronósticos de taquilla alcanzaron alturas estratosféricas. La fascinación con la muerte de Bernal, quien ahora es el zombi número veintisiete que queda en el mundo, generó que los guionistas lo incluyeran en una de las escenas como uno de los tres zombis verdaderos. No podía ser de otro modo: la película fue un éxito comercial. Para tranquilidad de los espectadores que llenaban las salas de cine, a quienes muchos juzgaban por su morbosidad, el pequeño cartel que aparecía luego de los créditos les garantizaba que ningún zombi había sido lastimado durante la filmación. ¿Qué más se podía pedir?

*

Giuseppe Albatrino (Lima, 1975): ha participado en las antologías de la editorial Cuentos peruanos sobre objetos malditos (2018), Los muertos nos miran. Cuentos peruanos sobre zombies (2019) y Cuentos sobre la Luna (2019).