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Antología de literatura fantástica y de ciencia ficción peruana

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Somos libres. Antología de literatura fantástica y de ciencia ficción peruana nació en 2012 como ebook (libro digital) de descarga gratuita. Para celebrar su octavo aniversario, les ofrecemos esta segunda edición, para leer desde nuestra página web. En el siguiente texto Gustavo Valcárcel Carnero nos ofrece la crónica de su encuentro con el cosmonauta Yuri Gagarín, el primer hombre en viajar al espacio. La presente es una versión aumentada de la que escribió en marzo de 2006.

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Un peruano con Gagarín

Gustavo Valcárcel Carnero

Imagen: Foto de la Casa de la Amistad. Moscú – URSS (1966)

            Eran los primeros días del mes de enero de 1966, había pasado solamente mes y medio de mi arribo. Hacía un frío insoportable en las calles, porque dentro de las edificaciones se podía caminar sin abrigos, gracias a los calentadores a vapor. Moscú estaba cubierto con un bello manto de nieve. Los copos blancos venían suaves desde el cielo.

Eran como las 3 de la tarde cuando escuché la noticia en la Universidad Amistad de los Pueblos Patricio Lumumba, que Yuri Gagarin estaría en La Casa de la Amistad, ubicada en el centro de la ciudad, a eso de las 5 pm. Él era mi gran ídolo desde que asombró al mundo con la primera vuelta que un ser humano había dado a la Tierra. Eso fue el 12 de abril de 1961 en la nave Vostok 1. El único mamífero que le había precedido en el cosmos había sido la perrita Laika.

Yo había llevado -desde Perú- un libro impreso por mis padres en edición popular, sobre la vida de este primer cosmonauta soviético y soñaba con entregárselo en algún momento de mi estadía (6 años), porque constituiría un significativo acontecimiento en mi vida. Nunca imaginé que la oportunidad tocaría la puerta de mi corazón tan prestamente.

Fui a mi cuarto a sacar el libro de la maleta. Salí vestido como esquimal para rogarle a cualquier latino que me lleve a aquel lugar. Era muy conocido. Estaba en el centro de la ciudad, pero yo no tenía la menor idea de cómo desplazarme, aún no leía en ruso y menos lo hablaba.

El encuentro con el cosmonauta era, para mí, sumamente expectante. Miraba por todos lados buscando un rostro conocido, mientras avanzaba por los extensos pasadizos de la universidad, que era un antiguo cuartel de la época de los zares.

Se cruzó un connacional, bonachón de pies a cabeza, Fernando Caller, excelente traductor, casado con una bella e inteligente rusita. Le pedí que me acompañara a la Casa de la Amistad para cumplir con mi sueño. Él accedió gustosamente y nos embarcamos en tranvía y, luego, en trolebús. Tengo grabado el rostro de Fernando y su alegría por darme gusto. En el fondo también estaba contagiado de la emoción que se me desbordaba por la mirada y el acelerado palpitar de un corazón al borde de la taquicardia. Rogaba que lo alcanzáramos. El reloj había pasado las 5 de la tarde hacía buen rato.

Al arribar al lugar, efectivamente, había una ceremonia de presentación oficial del querido Yuri Gagarin ante jóvenes estudiantes extranjeros en Moscú. Él estaba sentado al costado izquierdo del escenario, tras una mesa vestida de mantel verde con la bandera roja de la URSS al centro. Los números artísticos transcurrían en el escenario y Fernando no tenía la más mínima intención de moverse de la butaca. Le decía en voz baja… “¿a qué hora vamos al estrado?”. Me miraba incrédulo y me contestaba con tono dubitativo… “¡Espera un ratito!”. Así se me iban los minutos, uno tras otro, hasta que llegó el final de la ceremonia. El ilustre invitado ya había contado su experiencia en el cielo antes de que llegáramos nosotros. El Director de “La Casa de la Amistad” agradeció a los asistentes… Yuri se paró para retirarse, miré a Fernando coléricamente y me levanté del asiento sin decirle nada. Con grandes zancadillas llegué al tabladillo, pasando por los distraídos cordones de seguridad. Con mi librito en la mano no sabía qué hacer o decir al centro del estrado. El público ya se retiraba entre murmullos y aplausos para Yuri. Atiné a acercarme al micrófono y balbuceé las pocas palabras en ruso que me había aprendido. Se hizo silencio, me flanquearon un par de gigantones guardaespaldas y yo me “defendí” levantando el libro con la portada donde estaba el rostro de Gagarin con su casco de cosmonauta y me solté hablando en español.

En un instante me encontré frente a frente con Gagarin. Recuerdo que se me acercó el Director, preguntó por mi nombre, país y qué quería. Le expliqué mi propósito y lo tradujo al ruso, para Yuri y el público presente. El cosmonauta, de baja estatura, algo gordito, siempre sonriente, con rostro amable, me miraba esperando algunas palabras, pero el silencio de la emoción frente a él se sumó a mi mudez endurecida de un momento a otro. Felizmente Fernando, despeinado por el trajín inesperado, me siguió y tradujo un inicial saludo protocolar que terminó con un cálido apretón de manos a mi ídolo de la adolescencia. Sus cortos dedos redondeados fueron atrapados por los míos, largos y delgados (en ese entonces), pero muy firmes. Sacudón de brazos, como si la amistad nuestra fluyera desde antaño. Su personalidad contagiante me envolvió de alegría infinita. Fotos fueron y vinieron y este recuerdo quedará conmigo paseando por el éter imperecedero hasta que le de el alcance uno de estos días de sol y primavera.

Su prematuro fallecimiento impactó mi vida. Ocurrió al año siguiente de haberlo conocido, en marzo de 1968, cuando volando un avión Mig perdió el control de éste por la conjunción de fallas técnicas, error humano y brusco cambio meteorológico, para chocar frontalmente contra la tierra. Un hueco de 6 metros de profundidad marcó el lugar de su tragedia y la de su instructor. Hoy se yergue en el lugar un monolito sobre un pasto estepario. Las especulaciones de la prensa extranjera por desprestigiarlo tuvieron alguna acogida. “Había que derrotarlo de alguna manera, aunque sea ya muerto”, sería el pensamiento nefasto de quienes no pudieron hacerlo en el campo de la astronáutica.

Ahora, han pasado 40 años y de las huellas de un instante de mi juventud con él, sólo queda en esta imborrable foto.


Lima, 03 de junio del 2012.

Gustavo Valcárcel Carnero (Lima, 1945-2014). Master en Ciencias químicas. Por vocación se considera narrador (cuento, poesía, guiones, periodismo libre), creativo de crucigramas ilustrados, diseño de libros y revistas; fotografía amateur. Publicó el libro Cuentos desde la Luna Roja (2014).

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