Índice de Somos libres
Antología de literatura fantástica y de ciencia ficción peruana

*

Somos libres. Antología de literatura fantástica y de ciencia ficción peruana nació en 2012 como ebook (libro digital) de descarga gratuita. Para celebrar su octavo aniversario, les ofrecemos esta segunda edición, para leer desde nuestra página web. En el siguiente texto la autora nos narra sobre el peligro del invierno nuclear.

Adquiere nuestros títulos: aquí.

*

Un crudo infierno

Tanya Tynjälä

Imagen: Piero Quijano

Y sucedió.  Lo que parecía imposible, lo que todos se resistían a creer.

            ¡Total! Para qué preocuparse con algo que sólo sucede en las películas de ciencia-ficción. Sin embargo sucedió. Cuando nadie  lo esperaba: el invierno nuclear dicen que se llama.

            Desde hace quince días miro caer la nieve ante mi ventana. Ignoro la temperatura exterior, el termómetro está roto, sólo baja hasta –50º. Ayer descendí a la lavandería y no pude evitar mirar hacia la puerta de entrada del edificio. Está completamente bloqueada.  Ya nadie puede salir.

            Por suerte éste es un país acostumbrado al frío. La infraestructura sigue funcionando sin problemas: las lunas con triples cristales, las paredes rellenas de un material aislante y contra incendios, la cocina eléctrica pero sobre todo la calefacción y el agua caliente que es verdad ahora sale tibia. Soportaremos hasta que se encuentre una solución.

            ¿Se encontrará una solución?

            Sí, ni dudarlo.  Si el ser humano fue capaz de provocar esta situación, entonces tiene la capacidad de revertirla.  Aunque para algunos ya sea demasiado tarde…

            Pienso en mi familia, allá en el Caribe; en esa moderna ciudad costera creada especialmente para turistas, llena de estereotipadas palmeras y música “tropical”. Allá ni pensar en calefacción, ni siquiera en agua caliente ¿Para qué? Si no es necesario. Cuando la temperatura baja a trece grados, nos morimos de frío…

            Nos morimos de frío…

            Espero que todo haya sido muy rápido, que no hayan sufrido mucho.  No debe ser agradable morirse de frío.

            A veces me ataca la loca idea de que quizá han logrado sobrevivir. Mi marido dice que eso es imposible, que es casi seguro que todos han muerto en los países más cálidos, que sin la infraestructura adecuada el frío es mortal… Pero si quizá lograron protegerse de alguna forma… por eso hasta ahora no he llorado sus muertes, aunque hable de ellos como si estuviese segura que nunca más los volveré a ver.

Supongo que la mayoría de la gente debe estar como yo, sin saber exactamente qué sucedió, sólo que por algún extraño motivo el arsenal nuclear que muchos países decían no tener, detonó al mismo tiempo. Se habla de terrorismo, de accidente, de… ¿Y qué importa eso ahora? Solo nos queda tratar de sobrevivir.

Felizmente yo estoy en mi casa, a salvo, con todo lavado, pulido, encerado, cocido, pintado, planchado, inclusive más de una vez en estos mortalmente aburridos quince días.  La calefacción me protege, aunque se puede sentir algo de frío al acercarse a la ventana, pero nada que temer, un poco de ropa extra y solucionado el problema.

            Además tengo comida como para casi un año, pues estoy sola en casa. ¡Y pensar que siempre me molestaba las visitas de mi suegra que me llenaba  el congelador con sus conservas hechas en casa! Ahora bendigo su costumbre de congelarlo todo en verano, para poder luego disfrutarlo durante el resto  del año. Diariamente planeo un fabuloso menú, eso me ocupa un poco la mente… aunque al final nunca hago nada especial, sólo descongelo lo primero que me cae en las manos y me lo como, tal cual: sin sal, sin pimienta, sin compañía,  no me provoca cocinar para mí sola.

Mi marido estaba trabajando y mis hijas, en la escuela la mayor y en la guardería la menor, cuando comenzó a caer la nieve. Algunas personas fueron a buscar rápidamente a sus hijos cuando todo empezó. Yo no pude. Tuve miedo de salir. Si lo hubiese hecho, ahora se encontrarían en casa conmigo, quizá.

Desde el inicio (aún puedo escuchar las sirenas retumbando en mis oídos) se aconsejó a las personas quedarse en donde estaban o entrar a un lugar cerrado de inmediato pues el frío era letal. Los medios de transporte simplemente se congelaron, la única manera de movilizarse era a pie.

Dicen que muchos no llegaron a la escuela en donde se encontraban sus hijos, otros murieron junto a ellos al tratar de volver a casa. Dicen… ¿Quién dice?  En realidad, los primeros tres días podía ver desde mi ventana los cadáveres congelados de algunas personas, de algunas madres abrazando a sus hijos, tratando de transmitirles la última gota de calor que aún quedaba en sus cuerpos.

Quizá es mejor saber que toda la familia que me queda está viva. Aunque me preocupa un poco su higiene. De la pequeña no, en la guardería siempre tiene ropa de recambio. De mi marido y de mi mayor sí. ¿Quién va a llevar ropa extra al trabajo o a la escuela secundaria, sobre todo en verano? Me apena un poco verlos tan desaliñados cuando los llamo. Por eso tampoco me gusta ver las informaciones, que sólo pasan dos veces al día. (Hay que ahorrar toda la energía que se pueda). El rostro sin maquillaje y el pelo sucio de la presentadora que sin embargo sigue sonriendo dignamente, me deprime.

Las tres de la tarde, es mi turno para comunicarme con mi hija menor. Tomo el teléfono y de inmediato su rostro ilumina la pantalla.

—Aló, ¿Mamá?

—Sí, mi amor ¿Cómo estás?

—¿Cuándo vienes a buscarme?

—No puedo mi vida, ya lo sabes. ¿Has comido toda tu sopa?

—Sí… ¿Cuándo vienes a buscarme?

No puedo seguir, se me quiebra la voz al verla llorar.¿Qué puede entender una niña de tres años sobre esta absurda situación?

—Quiero ir a casa.

—Ya sé, mi vida. Yo también quiero que vengas a casa. Pásame con Magalys, por favor.

El rostro cansado pero amable de la directora de la guardería reemplaza al de mi hija.

—Es difícil, sé que es difícil – Me dice al verme secar unas lágrimas.

—Dime, ¿Está comiendo bien?

               —Tú sabes lo majadera que es para comer. Extraña mucho la casa. En realidad todos los niños están iguales. Por suerte parece que están a punto de encontrar una solución, lo escuché hoy en las informaciones. Mientras tanto, no te preocupes, aquí la calefacción funciona muy bien y tenemos comida como para seis meses. Dicen que en máximo dos meses encontrarán la manera de arreglar esto.

Me despido, nuevamente estoy sola. Debo esperar el turno de mi hija mayor para llamarme y luego esperar el turno para hablar con mi marido. Quisiera poder conversar largamente con todos, pero el uso de los medios de comunicación está restringido, todos tienen familia en algún lado y todos los políticos y científicos del mundo tienen la prioridad para comunicarse entre ellos. Y los teléfonos no deben parar de sonar, y las computadoras deben utilizarse, como si la esperanza se hallase en algún lugar de la red. ¿Harán trampa?  ¿Llamarán a sus familias cuando se supone que deban hablar con ese especialista en cambio climático que seguro sí sabe cuál es la solución? También son humanos, se les perdonaría una flaqueza así. Pero no sé, no sé. En sus manos está salvar el mundo, o lo que queda de él.

Y mientras tanto debo contentarme con los tres minutos diarios que tengo para hablar con mis hijas, con mi marido, que no hace trampa, que corta justo, a los tres minutos, cuando yo quisiera poder… El trabaja para el gobierno, para uno de los pocos que quizá quedan en el mundo además, no debe ser fácil en estos momentos. Ayer me comentó que pronto se recortaran aún más las comunicaciones, para ahorrar energía. No dijo nada sobre una solución, es extraño. Quizás está trabajando tan duro el pobre, quizá se le olvidó decírmelo. Porque si hay una solución, él sería uno de los primeros en enterarse… o no. ¿Qué tan importante es su trabajo? Nunca me preocupé por saber qué tipo de trabajo exactamente hace, mientras podíamos vivir económicamente bien… Ahora las prioridades han cambiado, inclusive para una simple ama de casa como yo.

Si Dios quiere, si no se ha olvidado de nosotros, si aún existe, si no ha muerto congelado, entonces dentro de dos meses…  Pero mi marido no me comentó nada ¿Y si sólo se informó de una solución para tranquilizar a la gente? ¿Y si nada sucede?  Quizá debamos acostumbrarnos a la idea y salir a pesar del frío. ¿Acaso los esquimales no lo hacen?   Algún tipo de ropa debe ser capaz de protegernos. Pero, cómo salir. La nieve sigue cayendo, debe haber por lo menos cuatro metros afuera ¿Quién limpiará toda esa nieve? Estamos, bloqueados, atrapados dentro de nuestras casas, ellos también deben estarlo. Si por lo menos la nieve dejara de caer…

¿Qué pasará si no encuentran una solución rápido? ¿Y si me acaba la comida? ¿Querrán mis vecinos compartir conmigo? Si a ellos se les acaba la comida, supongo que se comerán a su perrito, pero yo ni canario tengo. Me río, se me ocurre una solución morbosa. ¡Lo que consigue hacer pensar el aburrimiento! Si se me acaba la comida, no tendría más remedio que comerme a mis vecinos. Por suerte para mí la mayoría son ancianos y no opondrán mucha resistencia, si no fuera así, yo podría ser la devorada.

Me imagino bajando las escaleras con un gran cuchillo de cocina escondido en mis espaldas y tocando la puerta de los gentiles ancianitos que siempre me han dado la mano en todo, desde abrir la puerta cuando olvido la llave, hasta sacarme de apuros como improvisados babysitters… ahora me darían más que la mano.

                 —¿Quién es? (Pregunta absurda, ahora que nadie puede ir a visitar a nadie. ¡Sólo puede ser un vecino! ¡Ah, sí! Somos varios vecinos, entonces…)  ¿Quién es?

—Soy la vecina del 7, quisiera (comerte mejor, ni hablar. Mejor pienso en otra excusa.)  un poco de azúcar (¡Qué excusa más trivial! El frío me congela la imaginación). Abre la puerta y le salto al cuello. Su marido trata de ayudarla, estupendo. Literalmente dos pájaros de un solo tiro. 

De pronto paro en seco de reír. Si no encuentran una solución y si la comida se acaba, realmente tendríamos que comernos entre nosotros. Los adultos sobreviviríamos a la cacería un tiempo, pero ¿los niños? ¿y mis hijas? La mayor es fuerte y lista, seguro que hasta conseguiría comerse a uno que otro profesor… antes de ser comida.  ¿Y mi pequeñita?  Los niños pequeños seguro serían las primeras víctimas del hambre, tan indefensos, tan confiados en que los adultos saben lo que es mejor ¡Miren lo que hicieron los adultos con el mundo!

Si no encuentran una solución antes que se acabe la comida o si nunca la encuentran, entonces la carnicería ya no sería una broma, sino una realidad, una cruel realidad… Quizá… Ahora mismo, las personas que se quedaron encerradas en algún supermercado libran una feroz batalla para quitarse la comida de la boca;  tan sucios y cansados por tener que dormir en el suelo.  ¿Y los que se encontraban en una joyería o en una tienda de muebles? ¿Ya se habrán comido entre ellos? Golpeo el vidrio de mi ventana y lloro.  Lloro por toda esta nieve que cae sin parar. Lloro porque en el fondo sé que mis padres y hermanos están muertos. Lloro porque quizá sean los más afortunados. Lloro por los que están encerrados sin comida y que están luchando por sobrevivir. Lloro por los que estamos dentro de nuestras casas, viéndonos morir cada día un poco más. Por mis vecinos encerrados en sus tumbas de cuatro habitaciones, ellos que pensaron que terminarían sus días bronceándose en España. Lloro porque ni siquiera me queda el consuelo de morir junto a mi familia.  Lloro por tener que hablar con mis hijas como si nada pasara, fingiendo que hay una solución a la vuelta de la esquina.  Lloro porque quizá no la hay. Lloro porque nunca pensé que el infierno fuese tan blanco y frío.

Tanya Tynjälä: escritora de ciencia ficción y fantasía. Reside en Helsinki – Finlandia. Hemos publicado su libro sobre leyendas urbanas (Ir)Realidades (2017), además fue parte del jurado de nuestro I Concurso de cuentos de terror (2018). Está incluida en diversas antologías internacionales (Argentina, España, Bulgaria, entre otros), para la editorial ha participado en nuestras antologías Un muerto camina entre nosotros. Cuentos peruanos sobre zombies (2014), Marty llega. Cuentos peruanos sobre viajes en el tiempo (2015) e Invisible a los ojos. Cuentos en homenaje a El principito (2019).

>>>Otros textos de Somos libres. Antología de literatura fantástica y de ciencia ficción peruana.